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jueves, 28 de junio de 2012

Toros de Guisando, las misteriosas piedras de los Vettones



Una cultura casi desconocida sembró la Península Ibérica de enigmáticos animales de piedra cuyo significado o propósito aún siguen siendo materia de debate para los arqueólogos. Son los vettones.



Uno de los fenómenos arqueológicos relacionado con los celtas más importantes de España tiene que ver con las representaciones escultóricas de los pueblos prerromanos que habitaron entre el Duero y el Tajo, en la meseta; los vetones. Toros, jabalíes, cerdos, osos, tal vez elefantes... Esculturas toscas de granito, de distintos tamaños y encontradas en tan diversos ámbitos que los investigadores aún no se han puesto de acuerdo en su significado — puede que fueran varios los motivos de su fabricación?—. Son los llamados “verracos” que es como se conoce a esta cultura que reúne más de 400 ejemplares en una estrecha franja de piedra y monte. Corresponden al trabajo de un grupo de artesanos que labraba la roca y que proveía a los vetones de estas figuras misteriosas, cuyo sentido aún no ha sido desvelado.


Hace 2.500 años...
Los vetones eran celtas, vivían de la ganadería y se preparaban para ser soldadas de postín. Celebraban ritos iniciáticos para los futuros guerreros en saunas excavadas en la roca y adoraban a las fuerzas de la naturaleza celebrando sacrificios animales y humanos en altares rupestres. Se repartieron por el territorio extendido entre el Duero y el Tajo, lo que ahora es Toledo, Cáceres, Salamanca, Ávila, Zamora, Segovia y las provincias portuguesas de Tras-os-Montes y Beira Alta. Construyeron sus ciudades fortificadas (oppida) más importantes en el valle abulense de Amblés, en montes colindantes a las sierras que rodean la capital de Ávila. En este marco se tallaron los verracos, considerados la expresión plástica más representativa de los vetones.

La curiosidad por estas esculturas milenarias ha respondido a patrones varios. Los romanos utilizaron la figuración de toros y jabalís de reducidas dimensiones en sus necrópolis, a modo de cistas y cupae —¿símbolo del enterramiento de alguien cuyos ancestros vetones adoraban a estos animales, igual que ahora se hace con la Cruz?—, o bien usarlas como sillares en la Edad Media en construcciones importantes, como la muralla de Ávila o varias iglesias de ésta y otras capitales y pueblos de la zona —quizá con el despectivo propósito de ahorrarse en pulir piedra cuando ya disponían de elementos de buena roca y, además, labrados—. Y, como los siglos dan tantas vueltas al arte, a partir del siglo XVI las familias nobiliarias los situaban en los jardines de sus sus palacios — reconocimiento a su valor artístico, a su antigüedad, o por una atracción del misterioso poder de estas esculturas milenarias hacía los ricos estamentos?—. Las pruebas arqueológicas y, a partir del siglo XV, la documentación de los cronistas, sitúan la construcción de estas esculturas en la Edad del Hierro, a partir del siglo V-IV a. de C. Sólo desde finales del siglo XIX, época en que surge la figura del investigador arqueológico se han realizado excavaciones más sistemáticas en los castros vetones, intentando descubrir algo del pasado de estos pueblos ganaderos y guerreros, y encontrándose con una cultura llena de enigmas y dudas.

¿Idea o figuración?
Entre dioses y hombres siempre ha habido una extraña relación. Temor, amor, miedo, petición, protección... distintas caras de una misma moneda en la que las circunstancias que nos rodean son fundamentales. En el caso de los celtas, las fuerzas de la naturaleza eran el misterio de la lluvia y de los ríos, la energía del Sol y la Luna, y la fuerza pétrea y el poder de los animales. La comprensión de lo que ocurría influía hasta transformar los elementos cotidianos de la existencia en objetos de culto.

¿Culto al toro o a la piedra? ¿O a ambos? Es una de las incógnitas de los verracos. Figuras esquemáticas, simples, muy geometrizadas; tanto, si las comparamos con las representaciones ibéricas de la misma época, que es casi imposible relacionarlas. ¿Cuestión de riqueza, de medios, de torpeza, o se trata de una visión buscada, de la mera representación de una idea sin un afán figurativo? Las relaciones de los celtas con la naturaleza fue tan acusada que puede que la idea sea sólo la conjunción de dos elementos naturales, fundamentales en su vida: la roca sobre la que construían sus poblados, que les protegía, y el toro, animal sagrado en mitologías clásicas, cargada, en este caso, de un componente sociológico que no se puede obviar: una de sus fuentes de riqueza era la ganadería.

Las piedras en el culto y el propio culta a las piedras también se han relacionado con las corrientes de agua. Por ejemplo, en el castro de Ulaca (Solosancho, Avila) se halló un verraco cerca de un manantial, y junto al castro de El Raso (Candeleda, Avila) también se encontró un ejemplar al lado de un río, junto al Santuario prerromano de Postolabosa. La presencia de es tas esculturas en extensas praderas, a modo de hitos en el paisaje, y algunos cerca de los poblados e incluso dentro de los mismos, se ha interpretada coma una sacralización de los mismos, en relación con la protección tanto del ganado como de los hábitats. Han pasado más de setenta años desde que el arqueólogo Juan Cabré, uno de los primeros que excavó los castros vetones, destacaba la función mágico-religiosa de estas figuras zoomorfas, relacionándolos con ritos de protección del ganado, fertilidad y reproducción de la especie. Se han encontrado esculturas en zonas de pastos especialmente ricas, en las cercanías de cañadas medievales, en las lindes de las tierras y de marcándolas — modo de hitos sagrados—. Hay teorías que indican, incluso, que los verracos trataban de señalizar las posesiones de los grandes guerreros (los privilegiados en la escala jerárquica de los poblados), como símbolo de su estatus social. Lo que aún no se ha confirmado es si, en realidad, los toros y verracos hallados se situaron en esos lugares en sus orígenes o si, por el contrario, han sido desplazados de su ubicación original a lo largo de los siglos. De algunas sí que se conoce con certeza su desplazamiento, lo que pone en duda a ubicación original del resto. Lo que será muy difícil averiguar es el cuándo y el por qué.

Piedra, muerte, ritual
Las Vetones incineraban a sus muertos. Era un ritual céltico cuyo origen se puede encontrar en el corazón de Europa, en la cultura de los Campos de Umas. Los más poderosos guerreros se llevaban a la tumba su ajuar, quemado en una pira, frente a todos, tras estar en un altar de piedra, según los historiadores romanos, esperando a que las aves psicopompas se llevaran sus entresijos a otra vida.

Las excavaciones arqueológicas han contribuido a desvelar ciertas incógnitas de la vida y costumbres de los vetones. Es el caso del castro de la Mesa de Miranda (Chamartín de la Sierra, Ávila). Descubierto por Antonio Molinero en 1930, fue excavado por éste junto con Juan Cabré, que también se había encargado de otra gran labor en este campo; las excavaciones arqueológicas en el castro y la necrópolis de La Cogotas (Cardeñosa, Ávila). El importante cementerio de La Mesa de Miranda, conocido como “La Osera” junto con el de Las Cogotas, han aportado ricos datos sobre los vetones, como la estructura piramidal de lo poblados y la importancia de guerreros y artesanos en el escalafón social. Sin embargo, la evidencia de que los verracos tengan relación con elementos funerario no se basa en necrópolis vetonas, sino en los ejemplares encontrados en Ávila, procedentes de un cementerio romano de los alrededores de la basílica románica de San Vicente, enfrente de la muralla.

Las referencias acerca de las rituales vetones quedan patentes por la existencia de santuarios al aire libre, labrados en la misma roca del terreno. Es el caso del altar prerromano encontrado en San Mamede (Villardiegua de la Ribera, Zamora), el portugués de Panoias (Vila Real) o el altar de sacrificios del casto de Ulaca (Solosancho, Ávila), Este último es el más conocido por su situación, en el núcleo más grande de toda la zona habitada por los vetones, y portados los elementos que lo rodean. El altar rupestre está excavado en la roca del terreno y está rodeado por un espacio “sagrado”, o nemeton. Se compone de una superficie con dos pares de escaleras talladas que conducen a una plataforma con varias cavidades comunicadas en si. Su carácter sagrado ha sido determinado por paralelismos con el altar encontrado en el Castro de Panoias, que contiene inscripciones romanas aludiendo a sacrificios animales y humanos, en el ámbito de las culturas y dioses celtas. Se piensa que puede tratarse de un culto relacionado con el toro o con la Luna, por su situación en una de las zonas más elevadas de oppidum. El historiador romano Estrabón aludía en sus escritos a creencias relacionadas con e! plenilunio en toda esta región. Tambien el arqueólogo Juan Cabré destacaba su exaltada heliolatría debido a unas cerámicas encontradas en Ciudad Rodrigo (Salamanca) y en armas del castro de Las Cogotas con motivos solares.

Respecto a otros cultos de significación astral, el arqueólogo F. Fabián afirma que unas piedras hincadas que denotan una diferenciación jerárquica de las zonas de la necrópolis de la Osera, están relacionadas con una constelación celeste.

La leyenda de los toros de Guisando
En los atardeceres del verano, las sombras de los toros de Guisando (El Tiemblo, Ávila) se van deslizando por la superficie. Son sombras que llevan sus secretos a la tierra en la que se sostienen desde hace casi tres milenios. Son estas figuras, los más populares verracos vetones, las que han transformado su entorno en un enclave cuajado de Leyendas. Desde que lo romanos plantaran graffitis, a modo de inscripciones en sus costados, conmemorando, según relatan lo antiguos cronistas, la sangrienta batalla entre César y Pompeyo, los toros de Guisando han retado al tiempo y a la naturaleza. Cuenta una leyenda que existían cinco, y no cuatro, esculturas, que tal vez fueran osos, y que contaban cada una con una inscripción romana. Otra dice que a una de las moles pétreas partió un rayo en dos, quedando enterrada —y este parte es del todo cierta— hasta que en los años veinte la marquesa dueña de los terrenos se preocupó de su recuperación. En las crónicas se habla de una venta que utilizó, prácticamente, los toros como elemento propagandístico —era conocida como la venta de los Toros de Guisando—. Llena siempre de personas de dudosa reputación, cerca de la Cuesta de los Malo Pasos —el nombre no puede ser más claro—, no se explica muy bien, a pesar de los cronistas de la época que la futura reina Isabel la Católica eligiera, precisamente, este entorno para celebrar la reunión que marcó el principio de su reinado. Fue un lunes, 19 de septiembre de 1468, cuando tuvo lugar el Pacto de lo Toros de Guisando, por el que Enrique IV declaraba heredera del trono a su hermanastra Isabel, en detrimento de la supuesta hija de éste, Juana la Beltraneja ¿Qué poder tenía este lugar para atraer a tales personajes? Sin duda, el mismo que aún tiene, a pesar de que ya no hay venta, de que en los alrededores toros avileños —quizá modelo utilizado por los artesa nos canteros que les esculpieron— pastan pacíficamente en verdes prados, y de que aún no se conoce realmente el porqué de su ubicación. Ni siquiera la razón de su existencia

Artesanos de la piedra
El caso de los toros de Guisando es un ejemplo cargado de misterio como el que subyace en otras muchas esculturas vetonas menos conocidas pero no por ello exentas de magia y poder. Desde el siglo IV a. C. y hasta la conquista romana estos pueblos celta siguieron con su tradición. Artesanos de la piedra, canteros que elaboraban sus figuras según unos cánones — ¿quién los establecía?—, con un reconocimiento en todo el territorio del valle de Amblés. Todavía los alrededores del Castro de las Cogotas son conocidos por a cantera de granito de la que aún se observan resquicios. Piedras para la realización de la catedral o las murallas de Ávila provienen de este lugar. En Ulaca también se ha encontrado un canchal de granito, cantera local del poblado. Pero no todos los castros tuvieron su propia cantera —para construcciones de roca y para esculturas—. Si nos centramos en el valle de Amblés se pueden comprobar as distintas funciones que, probablemente, marcaron los más importantes oppida vetones. En el castro de la Mesa de Miranda se ha observado un desarrollo más acusado de las elites militares, asociadas en el mundo celta con druidas y sacerdotes, comprobable, en este caso, por la extraña composición de la necrópolis, marcada con estelas que se relacionan con los astros — ¿lugar de reunión de mandatarios?—. Ulaca, considerada un centro religioso de los vetones de la zona por excelencia, también está muy relacionado con los rituales iniciáticos de guerreros. Asi lo constata la existencia del altar de sacrificios y de una sauna, semiexcavada en la roca, relacionada con rituales de purificación a través del agua y el calor. Las Cogotas podrían ligarse al mundo de la artesanía en su máxima expresión; sus cerámicas dieron nombre a toda una cultura, el trabajo de forja, la labra de la piedra... ¿Y Obila? Eso todavía es una incógnita.

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